Ser mujer en el siglo XXI sigue siendo un reto. Un desafío diario en el que conciliamos roles que, lejos de ser impuestos, los asumimos con amor y responsabilidad. Somos madres, esposas, hermanas, amigas, y en cada una de esas facetas encontramos la grandeza y la fragilidad de nuestra condición. Las mujeres hemos demostrado nuestra fortaleza a lo largo de la historia, rompiendo barreras y conquistando derechos que parecían inalcanzables. Pero, ¿estamos educando realmente para consolidar esos logros?
El feminismo ha avanzado con pasos firmes, pero en el camino hemos permitido que ciertos sectores y personajes tomen la bandera de una lucha que no les pertenece, desvirtuando el verdadero significado del 8M. No podemos permitir que quienes no representan los valores de equidad y justicia se adueñen de esta causa solo para su propio beneficio político o mediático. Dejamos nuestro voto y nuestra voz en manos equivocadas, en personas que hoy se colocan en primera fila con pancartas que no merecen sostener.
LA EDUCACIÓN EMPIEZA EN CASA
El cambio que realmente necesitamos no vendrá de discursos políticos vacíos ni de pancartas oportunistas. El verdadero motor de la igualdad está en casa, en la forma en la que educamos a nuestros hijos e hijas. No se trata de discursos rimbombantes ni de estadísticas que nos indignan por un día y olvidamos al siguiente. Se trata de enseñar con el ejemplo, de formar hombres que respeten y valoren a las mujeres no por obligación, sino porque es lo justo.
Hemos progresado, sí, pero aún arrastramos heridas que no sanarán solo con leyes o manifestaciones. La brecha salarial, la violencia de género, la sobrecarga de tareas en el hogar, la sexualización desde edades tempranas… Son problemas que no se solucionan con discursos grandilocuentes, sino con una educación basada en el respeto y no en la confrontación constante entre géneros.
FUERZA Y VULNERABILIDAD: LA DUALIDAD DE LA MUJER
Las mujeres somos resilientes, fuertes, luchadoras, pero también humanas, sensibles y, a veces, agotadas de tener que demostrarlo todo. No necesitamos que nadie nos regale espacios, los hemos conquistado con esfuerzo. Pero tampoco queremos que nuestra lucha se convierta en un espectáculo vacío de contenido, en una fecha que se utilice como un trampolín político.
Este 8M, más allá de los eslóganes, los discursos y las pancartas, pensemos en lo esencial: ¿qué valores estamos inculcando en nuestros hogares? ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? Si queremos un futuro de verdadera igualdad, no podemos delegar esa responsabilidad en políticos de turno. La verdadera revolución empieza en casa.
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