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Jardín de las Mandrágoras

por José María Ibáñez | 6 Oct, 2025 | Colaboradores, Relatos cortos

Hasta donde me alcanza la memoria, siempre recuerdo aquel valle envuelto en una espesa niebla. Me acuerdo que, en uno de sus laterales, tras una verja de hierro forjado, oxidada por siglos de silencio y olvido, se extendía el “Jardín de las Mandrágoras”. Su situación no figuraba en ningún mapa, ni tan solo se mencionaba en los registros del cercano monasterio cisterciense, aunque algunos de sus monjes, los más viejos, afirmaban que por las noches se oían extraños lamentos procedentes de las entrañas de la tierra.

En aquel jardín, entre estatuas de mármol cubiertas de musgo y setos que se oxigenaban al compás del viento, florecían las mandrágoras. No estaban plantadas en macetas, tampoco en jardineras. Crecían solas, a sus anchas, protegidas, al parecer, gracias a un pacto arcano efectuado entre la dueña del jardín y las fuerzas que custodian la oscuridad. La dueña, pálida como el mármol y vestida siempre de riguroso luto, era consciente que las raíces de las mandrágoras albergaban secretos; balbuceaban nombres prohibidos, mostraban visiones de vidas y muertes pasadas y, a veces, lloraban.

Nadie sabía con absoluta seguridad la procedencia de la vieja dueña del jardín. No eran pocos los que afirmaban que era la hija de una bruja que había efectuado un pacto con la luna; otros decían que fue monja de clausura, expulsada de la orden por leer, escondida en la cripta de la abadía, libros prohibidos. Su aspecto era tan inmutable como las efigies de los ángeles caídos expuestas a lo largo y ancho del jardín.

Siempre cubierta con un velo negro, con encajes similares a telas de araña, su vestido lucía bordados con representaciones de mandrágoras. Por donde caminaba la vieja, el cómplice silencio la seguía a muy corta distancia. Hasta los cuervos graznaban cuando ella cruzaba los senderos.

Efectivamente, ella hablaba con las plantas. Usaba las raíces para escuchar los secretos enterrados, y el olor de las flores para calmar sus tormentas interiores. En realidad, no era una mujer malvada. Custodiaba el jardín por amor a lo oculto y por respeto a las vidas que allí habían sido sembradas. El jardín era su refugio, pero también su cárcel voluntaria.

Ha llegado el momento de cederle la palabra a nuestro buscador de historias imposibles. Su cuenta que la vieja, al nacer, fue marcada por las mandrágoras. Una pequeña raíz se enredó en su cordón umbilical e interpretó una melodía que sus padres jamás olvidaron. Desde entonces, la dueña del jardín, vive completamente ligada a las voces procedentes del subsuelo. Son muchas las ocasiones en que llora contemplando los retratos de los jardineros que habían trabajado en el jardín. Todos estaban sepultados junto a las plantas que, en vida, ellos mismos habían cuidado.

Aunque da la sensación que la dueña parece habitar sola en el jardín, lo cierto es que convive con distintos seres, algunos corpóreos, otros, la gran mayoría, puramente espirituales, que desde siempre han formado parte del enclave secreto. Sus relaciones no dejan de ser complejas; tejidas por siglos de rituales y silencios compartidos.

En realidad, las mandrágoras son sus hijas, sus confidentes. No son simples plantas, son entidades vivientes con memoria. La dueña del jardín les susurra secretos y ellas, por su parte, le regalan visiones. Algunas raíces lloran cuando la vieja pasa cerca de ellas. Las trata con ternura, las envuelve con paños plateados, las protege del sol, de la lluvia y, al llegar el crepúsculo les cuenta fábulas. Algunas mandrágoras son, por así decirlo, reencarnaciones de aquellos antiguos jardineros y de algún visitante ocasional, lo que siempre ha creado intensos vínculos emocionales.

Cada jardinero que trabajó allí alguna vez, permanece en el lugar como un espectro, ligado para siempre a la tierra que ellos mismos habían trabajado. La vieja dueña del jardín cada noche les saluda y les ofrece una plegaria; los conoce a todos por sus nombres, por sus miedos, por sus deseos. Aunque no hablan, se manifiestan mediante el movimiento de las hojas de los árboles o por el cambio de aroma del aire.

En cuanto a los animales nocturnos, cuervos, gatos, búhos, todos acuden a ella. No son sus mascotas, sino sus testigos. La dueña comparte con ellos fragmentos de hechizos y, además, los utiliza como mensajeros.

Una noche, una intrusa logró acceder al interior del jardín. Buscaba poder, fama, quizás redención. Pero el vergel, como un ser vivo, la envolvió en sus ramas, la condujo hasta el centro y allí, las mandrágoras la reconocieron. En realidad, ella también había sido sembrada muchos años atrás; una niña abandonada entre raíces. El jardín no castiga, solo se limita a coger lo que le pertenece. Desde entonces se dice que, una nueva mandrágora ha florecido en el centro del jardín, junto a la fuente cubierta de hiedra.

Su situación sigue sin figurar en ningún mapa y sin mencionarse en los registros del cercano monasterio, aunque algunos de sus monjes, siguen afirmando que por las noches se oyen extraños lamentos procedentes de las entrañas de la tierra.

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Escritor e investigador de temas relacionados con los enigmas y misterios de la Historia. En la actualidad dirige y presenta el programa La Realidad Oculta en Radio Balear, colabora en esRadio971 con La Mano Negra, sección semanal dedicada a las crónicas negras, enigmas, misterios y curiosidades y dirige el blog de investigación La Realidad Oculta (balearoculta,blogspot.com).

Ha publicado los siguientes libros: El Delfín y la Estrella. Vida de Antonio Ribera (Tot Editorial. Barcelona. 1995), Enigmas y Misterios. 13 Lugares Malditos (Es Ediciones. Madrid. 2009), 13 Profecías Ocultas (Es Ediciones. Madrid. 2009), Los Correctores del Destino, el rumor no siempre está equivocado (La Niebla Ediciones. Mallorca. 2011), en colaboración con Vicenç Zanón, Templarios en Mallorca (Ediciones Dédalo. Barcelona. 2013), en colaboración con Juan Manuel Ruíz Fernández, y La vuelta a Mallorca en 80 rutas (Editorial Gâlata Books. Mallorca. 2017).

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