Cada año, el 14 de abril, ciertos sectores políticos, institucionales y mediáticos insisten en conmemorar la proclamación de la Segunda República como si se tratase de una etapa ejemplar de democracia, progreso y libertad. Sin embargo, una revisión honesta de los hechos históricos demuestra que aquello fue, en realidad, un periodo oscuro, marcado por el sectarismo, la violencia y la ruptura de la convivencia nacional.
La Segunda República no surgió del consenso ni de un proceso limpio y representativo. Fue impuesta tras unas elecciones municipales que no eran un plebiscito sobre el modelo de Estado. Aprovechando la debilidad de la monarquía y el clima de agitación social, una minoría ideologizada empujó al país hacia un experimento político profundamente divisivo. Desde su nacimiento, ese régimen se construyó contra la mitad del país.
Bajo su bandera se cometieron atropellos inadmisibles: se persiguió la fe católica, se quemaron iglesias, se asesinó a representantes públicos, se alimentó el odio de clases y se permitió la disolución del orden legal. La Segunda República no fue un símbolo de libertad, sino de imposición ideológica. No fue una garantía de derechos, sino un campo de cultivo del enfrentamiento entre españoles.
Durante sus breves años de existencia, el régimen republicano fue incapaz de mantener la paz social, destruyó el principio de autoridad y cedió al chantaje de los nacionalismos. Las instituciones fueron utilizadas como herramientas de venganza política, y la polarización ideológica alcanzó niveles insostenibles. La República no trajo justicia ni prosperidad; trajo caos, inestabilidad y, finalmente, guerra.
A pesar de todo esto, todavía hoy se intenta construir un relato nostálgico, basado más en propaganda que en realidad. Se presenta aquel periodo como una suerte de paraíso perdido, cuando en verdad fue el inicio de una de las mayores tragedias de nuestra historia. Las mismas voces que reclaman memoria histórica pretenden borrar la mitad de esa memoria.
Lo que está en juego no es solo una interpretación del pasado, sino el uso que se hace de ese pasado para dividir, enfrentar y reescribir la identidad de una nación. Reivindicar la Segunda República no es un gesto inocente: es una declaración ideológica, una estrategia de ruptura, una forma de desafiar el marco de convivencia que nos hemos dado como sociedad.
España no necesita mirar atrás con nostalgia ni con resentimiento. Necesita mirar hacia adelante con sentido común, respeto a su historia y defensa de sus fundamentos. El 14 de abril no debe ser una fecha de celebración, sino de reflexión sobre los errores que no deben repetirse. La República fue un proyecto fallido, excluyente, y destructivo.
Frente a quienes insisten en glorificarla, es necesario alzar la voz con firmeza, sin complejos y con la convicción de que la unidad, el orden constitucional y la verdad histórica son pilares irrenunciables. La historia de España no puede ser secuestrada por mitos interesados. No se construye el futuro desde el enfrentamiento ni desde la mentira. Por eso, el mensaje es claro: la Segunda República no es un modelo a imitar, sino un error a no repetir.
Foto: Bandera republicana y otras del PCE e Izquierda Unida en una manifestación en el año 2012 (Wikipedia).
David Gil ha colaborado en varios medios digitales. Ha sido Presidente de VOX en Baleares. En la actualidad es Portavoz adjunto de VOX en el Consell de Mallorca.
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