El pasado 9 de junio de 2025, Pere Antoni Pons publicaba en el diario Última Hora una columna titulada “Destruir Mallorca i fer mal als mallorquins”, donde arremete, con una violencia verbal insólita, contra la diputada de Vox Manuela Cañadas por defender la lengua balear –el mallorquín– como elemento propio e histórico de Mallorca. Más allá del tono insultante (“mentidera tòxica”, “dement idiota”), lo preocupante es la negación deliberada de una realidad lingüística que incomoda a ciertos sectores: la del mallorquín como lengua diferenciada.
Lejos de lo que Pons pretende hacer creer, la lengua balear no es una invención política, ni una ocurrencia populista. La existencia y diferenciación del mallorquín como sistema lingüístico ha sido documentada desde el siglo XIII, con textos como el “Libre dels feits” (s. XIII), donde ya se evidencian particularidades insulares frente a la tradición literaria catalana de origen continental. Autores como Llorenç Villalonga, Miquel Costa i Llobera o Maria Antònia Salvà escribieron en una lengua con normas fonéticas y léxicas características, que ni se sometía a una normativa unificada ni la necesitaba para ser legítima.
Estudios de peso, como los del catedrático Joan Coromines –autor del *Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana y del Onomasticon Cataloniae– reconocen la diversidad lingüística de las islas Baleares, identificando elementos arcaicos y conservadores del mallorquín que lo alejan tanto del catalán como del valenciano. En su obra, Coromines se refiere a las “formacions insulars que conserven trets desapareguts al Principat”.
También el romanista Heinrich Lausberg, en su Lingüística románica (1967), describe las Islas Baleares como una zona de evolución independiente dentro del conjunto catalanoparlante, con una fuerte influencia occitana y características fonéticas únicas, como la conservación de la “e” átona, el uso del artículo salat, o la fonética tónica cerrada. Estas diferencias son lo suficientemente consistentes como para ser objeto de codificación independiente, como han planteado diversos filólogos mallorquines desde principios del siglo XX.
Pere Antoni Pons desprecia esta complejidad lingüística con una arrogancia ideológica preocupante. Su discurso no busca preservar la lengua mallorquina: busca subordinarla a una construcción política que exige la unificación cultural bajo el paraguas catalanista. Por eso no habla de “mallorquín”, sino solo de “catalán”; y por eso califica de “dement” a quien lo llama por su nombre.
Vox defiende una Mallorca donde la lengua balear pueda ser enseñada, protegida y utilizada con dignidad, sin ser corregida ni sustituida por normas exteriores. Rechazamos la imposición lingüística y defendemos un modelo de libertad donde el español y el mallorquín coexistan sin jerarquías ni sometimientos ideológicos.
Como señalaba el sociolingüista francés Louis-Jean Calvet, “toda planificación lingüística es también una forma de planificación ideológica”. En Baleares, esa planificación ha consistido en deslegitimar el mallorquín, despreciarlo como “dialecto” y sustituirlo por una lengua normativizada con centro en Barcelona. Eso es lo que está en el fondo del artículo de Pons: una defensa cerrada de ese proceso de sustitución.
Mallorca no será una colonia lingüística. La lengua balear no es una variante degradada, ni una invención reciente, sino el fruto histórico de una comunidad concreta con voz propia. Negarla o intentar disolverla es, en efecto, hacer mal a los mallorquines. Y Vox no lo permitirá.
David Gil ha colaborado en varios medios digitales. Ha sido Presidente de VOX en Baleares. En la actualidad es Portavoz adjunto de VOX en el Consell de Mallorca.
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