El anuncio de la celebración del evento había generado una gran expectación y, al mismo tiempo, despertado la curiosidad de una inmensa mayoría de los ciudadanos de aquella gran metrópoli; jóvenes y no tan jóvenes, todos estaban impacientes. Por fin había llegado el día tan esperado. Los organizadores, en los folletos publicitarios, prometían, nada más y nada menos, que exponer por primera vez y en exclusiva, ante el público, una colección única de autómatas, creados por aquel excéntrico personaje. Se trataba de un ciudadano francés, decían, inventor, alquimista y cabalista, cuyas creaciones, durante décadas se han visto envueltas en la polémica. Se cuentan extrañas historias y serpentean descabellados rumores. Y es que, en realidad, nadie sabe a ciencia cierta cómo fueron diseñados los maniquíes. Lo único que sabemos, es qué, en la presentación a los periodistas de las distintas figuras, justo antes de celebrarse la típica rueda de prensa, una gran mayoría de asistentes abandonaron la sala con aquella espeluznante sensación de haber estado contemplando, en realidad, las evoluciones de seres totalmente vivos.
La exposición estaba diseminada por distintas estancias de aquel arcaico y reformado monasterio cisterciense. Todas las salas disponían de aquellos candelabros, con las llamas de sus velas oscilantes, proyectando extrañas y animadas sombras danzantes en las remozadas paredes. A los visitantes, nada más entrar, les daba la bienvenida un engendro pianista, ataviado con un negro, arrugado, deshilachado y polvoriento frac, mostrando sus esqueléticas manos moviéndose a su libre albedrío por el teclado de aquel magnífico instrumento musical. Aunque las notas parecían carecer de ritmo alguno, había algo hipnótico en su música, como si quisiera hacernos partícipes de algún secreto inconfesable. ¿Qué significado tenía aquella extraña inscripción en hebreo grabada en la frente del autómata?
Cada una de las estancias de aquel antiguo cenobio cisterciense estaba dedicada a una temática en concreto. Había, por ejemplo, una bailarina a tamaño natural subida en su caja de música, que giraba y giraba efectuando unos movimientos tan realistas que costaba imaginar si realmente no se trataba de una máquina. En otra de las salas, un viejo relojero se dedicaba compulsivamente a desarmar, limpiar y ensamblar vetustos relojes de bolsillo, con tal precisión que la escena en su conjunto se antojaba aterradora. Pero, realmente, la sensación que resultaba más que extraña, era que todos los artilugios parecían reaccionar a los movimientos del público asistente al evento. Una inclinación de cabeza por aquí, un leve movimiento de los ojos por allí. Algunos asistentes lo atribuían a estudiados efectos orquestados entre bambalinas, otros, la mayoría, mascullaban entre dientes que algo mucho más inquietante estaba en juego.
En el centro de la última sala, se exhibía la considerada obra maestra del inventor, alquimista y cabalista francés. Se trataba de una especie de androide de aspecto humano, sentado sobre una especie de poltrona dorada. En el folleto se indicaba que poseía la habilidad de responder a cualquier pregunta. Intrigado, un apuesto joven elegantemente vestido, se acercó al armatoste y, medio en serio, medio en broma le preguntó: ¿Realmente cuál es tu cometido?
Para sorpresa y asombro de todos los asistentes, los ojos del autómata se iluminaron con un sutil brillo rojizo. La mecánica voz del artilugio resonó por toda la estancia: “Observar. Aprender. Ejecutar.” El apuesto joven elegantemente vestido retrocedió, sintiendo en sus propias carnes aquella explosiva mezcla de horror y fascinación. Mientras tanto, el resto de los asistentes, murmuraban entre sí palabras incoherentes.
Me dicen que, esa misma noche, el evento cerraba sus puertas mucho más temprano de lo habitual. Al día siguiente, comentaba el dueño de aquella cafetería situada frente al arcaico y reformado cenobio cisterciense, que aquel joven elegantemente vestido, no había hecho acto de presencia ni en su casa ni en su lugar de trabajo. Nadie sabía donde estaba. Nadie sabía lo que le había ocurrido.
Mientras tanto, un nuevo autómata había aparecido en uno de los rincones de aquella estancia, uno que, a priori, no figuraba en el programa oficial del evento. De aquella, por así decirlo, exposición de almas mecánicas. Se trataba de la puesta en escena de una especie de engendro mecánico, representando a un joven elegantemente vestido, tocando el violín e interpretando aquellas notas hipnóticas. De aspecto un tanto inquietante, pero muy parecido, realmente, al de aquel joven elegantemente vestido que, nadie sabía dónde estaba y nadie sabía lo que le había ocurrido.
¿Qué significado tenían aquellas extrañas inscripciones en hebreo gravadas en la frente de todos los autómatas?
Escritor e investigador de temas relacionados con los enigmas y misterios de la Historia. En la actualidad dirige y presenta el programa La Realidad Oculta en Radio Balear, colabora en esRadio971 con La Mano Negra, sección semanal dedicada a las crónicas negras, enigmas, misterios y curiosidades y dirige el blog de investigación La Realidad Oculta (balearoculta,blogspot.com).
Ha publicado los siguientes libros: El Delfín y la Estrella. Vida de Antonio Ribera (Tot Editorial. Barcelona. 1995), Enigmas y Misterios. 13 Lugares Malditos (Es Ediciones. Madrid. 2009), 13 Profecías Ocultas (Es Ediciones. Madrid. 2009), Los Correctores del Destino, el rumor no siempre está equivocado (La Niebla Ediciones. Mallorca. 2011), en colaboración con Vicenç Zanón, Templarios en Mallorca (Ediciones Dédalo. Barcelona. 2013), en colaboración con Juan Manuel Ruíz Fernández, y La vuelta a Mallorca en 80 rutas (Editorial Gâlata Books. Mallorca. 2017).
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